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No es lo mismo hacer fotos que ser fotógrafo

Según datos de 2018, más de 37 millones de españoles tienen móvil y, de ellos, más de 23 millones son activos en redes sociales. Esto significa que la mayoría de nosotros llevamos una cámara en el bolsillo y muchos la usamos y colgamos fotos en internet.

La fotografía forma parte de nuestras vidas como la nevera. De hecho, nuestros dispositivos se han convertido en la nevera de los recuerdos. Hace ya muchos años que no tenemos que llevar a revelar los carretes de las vacaciones, cumpleaños de los niños, etc. Ahora, basta con apretar un botón para inmortalizar cualquier situación y, además, ¡gratis!

Aunque no vamos a hablar aquí de las redes sociales, sí hay que dejar claro que algunas de ellas, como Instagram, tienen su razón de ser en la fotografía. Hay quien las usa como diario, tipo “hoy me he levantado, me he lavado los dientes y he desayunado una tostada con aceite de oliva virgen extra prensado en frío porque soy muy healthy”. Otros, simplemente quieren compartir su lado más creativo. Los hay temáticos y comparten su afición por los perros, fitness, comidas, motos… Y merecen especial mención los que llenan su muro de selfies ante el espejo del baño o de sus propios pies pisando la arena de la playa. Bromas aparte, las redes han dejado de ser una novedosa herramienta de entretenimiento y han llamado la atención de las marcas, hasta el punto de convertirse en un nuevo canal publicitario.

Con este escenario a la vista, la fotografía de calidad toma impulso y tiende a ocupar el lugar que le corresponde en la comunicación corporativa. Y es que, para promocionar sus productos y servicios, las empresas no se conforman con una foto disparada deprisa y corriendo con un móvil.

Aquí es donde entra en juego la figura del influencer. Personas con miles o incluso millones de followers a quienes se remunera por promocionar productos de belleza, restaurantes, gafas de sol, hoteles, etc. Algunos son celebrities procedentes del mundo de la interpretación o la música, y otros auténticos profesionales de las redes, dotados con habilidades innatas para la comunicación. Se han convertido en un colectivo profesional cuyos servicios se ofrecen a través de agencias específicas a las que acuden los departamentos de marketing y publicidad de muchas empresas para contratar sus servicios. Hay foodies, gamers, healthies, travelers y muchos más, según se especialicen en cocina, videojuegos, salud o viajes. Instagram se alza con la victoria en cuanto al canal de comunicación preferido en las estrategias comerciales, abarcando el  67% del total frente a Facebook, que ocupa el segundo puesto con un 15%.

La mayor parte de los influencers contratan los servicios de un fotógrafo profesional. Así consiguen contenidos de calidad sin perder espontaneidad y se diferencian del resto creando un estilo propio. Gracias a e estos prescriptores de marcas, el talento de muchos fotógrafos encuentra su hueco en las redes y un altavoz para darse a conocer como merecen. Por lógica demográfica, es en las grandes ciudades donde más volumen de trabajo se genera y no es difícil encontrar a un buen fotógrafo profesional en Madrid, Valencia o Barcelona.

No podemos olvidar que la fotografía es una actividad profesional para la que se requieren conocimientos, sensibilidad y oficio. Una actividad que sigue teniendo hueco en el mercado laboral a pesar de haber sufrido un intrusismo despiadado desde la aparición de la fotografía digital.

Muestra de ello es ver cómo la oferta formativa se ha adaptado a los nuevos tiempos y ofrece grados universitarios, diplomaturas y másteres en fotografía profesional. En los programas docentes de estos cursos, el estudiante aprende técnicas de iluminación, composición, teoría del color, revelado digital y un largo etcétera de conocimientos que le van a diferenciar del fotógrafo aficionado.

¿Qué consigue un influencer cuando contrata a un fotógrafo?  Básicamente y por simplificar, imágenes de calidad sin filtro valencia. Aunque nuestros ojos se han acostumbrado a ver cientos de fotos al día, la mayoría de ellas solo tienen un valor documental, como el momento en que el gato derrama la leche. Son fotos de usar y tirar. Pero si nos paramos a observar esa suculenta hamburguesa arropada entre hojas de lechuga fresca, jugosa por dentro y bronceada por fuera (a veces con betún) y coronada por un pan de semillas esponjoso y que parece flotar en el aire, entenderemos que hay un trabajo meticuloso y complejo tras el objetivo de la cámara y antes del disparo.

En contra de una opinión lamentablemente muy extendida, hacer una buena foto no es solo apretar un botón. Composición, encuadre, iluminación, profundidad, expresividad o textura son solo algunas de las variables que maneja el fotógrafo para transmitir el mensaje que pretende. Tanto en moda como en belleza, gastronomía, interiorismo o cualquier otra especialidad, los medios técnicos y las horas de dedicación son enormes.

Esto es algo que las marcas, desde siempre, y los influencers ahora, saben bien y valoran para alcanzar su principal objetivo: vender.

En definitiva, no es lo mismo hacer fotos que ser fotógrafo, igual que no es lo mismo cocinar que ser cocinero o cantar que ser cantante.